Australia es un país realmente singular. Habitada desde hace 40.000 años por diferentes pueblos aborígenes, fue utilizado como destino de destierro por Gran Bretaña a finales del siglo XVIII y, en esa época, la proporción de criminales convictos era superior a la del resto de colonos. Otra cuestión que llama la atención es el tamaño del país-continente: dentro de Australia cabría… ¡toda Europa!
Pero lo que más llama la atención es la cantidad de animales peligrosos que parece haber. Cuando uno abre la sección de Peligros y advertencias de la Lonely Planet de Australia, ¡tiene 20 páginas! Tras llegar a Sydney desde Auckland, tomamos el ferry para ir a Manly, donde viven Àlex y Lucia, catalán y brasileña, amigos hospitalarios con quien compartimos momentos fantásticos. Tomando una cerveza junto a la playa, nos explicaban la utilidad de las redes junto a la playa. No, no eran para las medusas, que también las hay y muy peligrosas, sino para evitar los ataques de los tiburones, que de vez en cuando le pegan un bocado a algún surfista intrépido.
Rumbo al norte, nuestra primera parada fue Port Stephens. Allí alucinamos con los grandiosos pelícanos de ojos amarillos y su pico imposible.
Más al norte, llegamos a Hervey Bay, donde empezaba la zona tropical, con la intención de visitar la mítica Frazer Island. El hostal donde nos alojábamos constaba de un edificio central separado por un exuberante jardín de otros cercanos donde se encontraban las habitaciones. En la nuestra, Laia se topó con una araña de proporciones considerables a la que invitamos a abandonar la estancia.
Pero ahí no acababa la historia. Saliendo del edificio central, se nos cruzó una serpiente marrón como de un metro, reptando a través del camino en dirección a la zona del riachuelo. Mi reacción fue ir a buscar la cámara a la habitación para hacerle una foto. Al volver, un par de rangers, palo en mano, perseguían al ofidio. A nuestra pregunta de si era peligrosa, su respuesta: una de las más peligrosas del mundo. ¡Glubs! Resultó ser la eastern brown snake, la segunda más venenosa del mundo. Al final fue capturada e, imaginamos, puesta en libertad en un lugar más adecuado.
Al día siguiente, pusimos rumbo en ferry a Frazer Island, la isla vecina de frondoso bosque tropical y cuyos caminos arenosos hacen necesario el autobús 4×4. Allí merodea una especie de perro lobo, bastante flacucho y de aspecto amigable, el dingo. El chófer-guía nos advirtió del peligro que pueden representar algunos de ellos, hambrientos y feroces, que habían atacado turistas y causado la muerte en algún caso.
Afortunadamente, en la misma isla, nos pudimos bañar en el Lago McKenzie sin miedo a los cocodrilos que abundan en el resto de ríos y lagos de la zona. Un lugar auténticamente paradisíaco.
En nuestra ruta hacia Cairns, desde donde teníamos prevista una excursión para hacer snorkelling en la mítica Gran Barrera de Coral, hicimos una parada improvisada en una reserva, donde pudimos visitar algunos animales difíciles de encontrar en estado salvaje. No es el caso del canguro que habíamos visto en varias ocasiones pero aquí pudimos dar de comer en la mano cual conejito de granja o del entrañable koala.
No hicimos lo mismo con el cassowary, la iguana ni el cocodrilo,
pero no pudimos evitar la tentación de hacernos unas fotos turistas con una pequeña serpiente pitón y la cría de cocodrilo.
En el snorkelling en la Gran Barrera de Coral, nos enfundamos nuestros trajes de astronauta para evitar la picadura de las medusas y tuvimos la suerte de no toparnos con el agresivo triggerfish que defiende su territorio a mordiscos.
Al final, el bicho más peligroso resultó ser el humano al volante. Además de ser la causa de muerte más probable muy por encima de cualquier animal, sembraba de cadáveres de canguros y wallabies el arcén de las carreteras. ¡Ojo con él!